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Tratamiento médico de la cervicalgia: cómo se aborda desde la medicina convencional
El tratamiento médico de la cervicalgia tiene como objetivo principal reducir el dolor, relajar la musculatura y recuperar la funcionalidad del cuello. En el abordaje convencional se utilizan fármacos como analgésicos, antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), relajantes musculares, y en casos más avanzados, infiltraciones con corticoides. Además, se recomienda fisioterapia con técnicas como electroterapia, movilización pasiva, masoterapia o tracción cervical. Este tratamiento suele ser efectivo en fases agudas, pero en cervicalgias crónicas o recurrentes, requiere ser complementado con un enfoque más integrativo. Aquí te explicamos las diferentes opciones médicas disponibles y en qué casos están indicadas, para que puedas comprender mejor qué papel tiene cada una dentro de una estrategia terapéutica bien planteada.

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Medicación en la cervicalgia: analgésicos, AINEs y relajantes musculares
Uno de los pilares del tratamiento médico de la cervicalgia es la terapia farmacológica, especialmente útil en la fase aguda del dolor. Los analgésicos como el paracetamol se utilizan para reducir el dolor leve o moderado. En casos más intensos, se recurre a antiinflamatorios no esteroideos (ibuprofeno, diclofenaco, naproxeno) para controlar tanto el dolor como la inflamación muscular o articular. Si hay una marcada contractura, se puede añadir un relajante muscular como el tiocolchicósido o la ciclobenzaprina. Aunque estos medicamentos son eficaces a corto plazo, su uso prolongado puede tener efectos secundarios gastrointestinales, hepáticos o cardiovasculares. Por ello, siempre deben tomarse bajo supervisión médica, como parte de un plan terapéutico estructurado.
Fisioterapia convencional como complemento del tratamiento médico
Además de la medicación, el tratamiento médico de la cervicalgia suele complementarse con sesiones de fisioterapia tradicional. El objetivo es restaurar la movilidad, reducir contracturas y mejorar la función muscular y postural. Entre las técnicas más utilizadas están la masoterapia (masaje terapéutico), termoterapia (aplicación de calor), electroterapia (TENS, ultrasonidos), y tracción cervical en casos seleccionados. También se incluyen ejercicios de movilización pasiva o reeducación postural global (RPG), orientados a corregir hábitos posturales que perpetúan la tensión. Aunque esta terapia es muy útil, si no se abordan las causas profundas del desequilibrio cervical (como el estrés o la disfunción visceral), la mejora puede ser temporal y las recaídas frecuentes.
“Tú tienes poder sobre tu mente, no sobre los acontecimientos. Date cuenta de esto y encontrarás tu fuerza”
-Marco Aurelio
Infiltraciones y otros tratamientos invasivos en casos de cervicalgia severa
Cuando el dolor cervical se vuelve crónico, muy intenso o se acompaña de síntomas neurológicos (como hormigueo, pérdida de fuerza o irradiación hacia los brazos), el tratamiento médico puede incluir procedimientos más avanzados. Las infiltraciones de corticoides en el espacio epidural o en articulaciones facetarias son una opción para disminuir la inflamación local y el dolor radicular. También pueden realizarse bloqueos nerviosos guiados por imagen. Estas técnicas, aunque efectivas en el alivio del dolor, no solucionan la causa de fondo, por lo que deben aplicarse como parte de un abordaje multidisciplinar. Es fundamental evaluar bien el caso clínico para decidir si este tipo de intervención está justificada.
Cuándo derivar al especialista o realizar pruebas complementarias
No todos los casos de cervicalgia requieren estudios adicionales, pero hay situaciones donde es necesario realizar pruebas complementarias o derivar al paciente a un especialista (traumatología, neurología o reumatología). Esto ocurre cuando hay signos de alarma, como pérdida de fuerza muscular, alteración de reflejos, dolor nocturno persistente, fiebre, antecedentes oncológicos o cuando el dolor no mejora tras semanas de tratamiento adecuado. En esos casos, se puede solicitar una resonancia magnética, una electromiografía o una tomografía computarizada (TAC). El diagnóstico preciso permite descartar patologías graves y ajustar el tratamiento. Una correcta coordinación entre el médico, el fisioterapeuta y otros profesionales de la salud es clave en estos casos.


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